LECCIÓN 211

LECCIÓN 211

Comentada por:
Oscar Gómez Díez

«No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.»

1. (191) «Soy el santo Hijo de Dios Mismo.»

Proclamar que «Soy el santo Hijo de Dios Mismo.» es una afirmación de nuestra verdadera identidad, que pareciera que hemos olvidado y la hemos reemplazado por el insignificante  «yo» del ego.

Recuperar nuestra verdadera identidad no es tarea fácil, pese a que la introducción a este repaso nos dice que una sola idea de este repaso sería suficiente para nuestra salvación si nos la creyéramos de verdad.

Pero «nuestra realidad» en este mundo, es que desde nuestros primeros años de vida  nos la pasamos afirmando el  «yo» de nuestro ego. Todos los días decimos: «yo soy» o “yo” y luego agregamos alguna cualidad o atributo que nos identifica y diferencia de los demás, por ejemplo:
«yo soy» hombre
«yo soy» mujer
«yo soy» gay
“yo soy» funcionario
“yo soy» ingeniero
“yo soy» comerciante
“yo soy» bonito /a
“yo soy» rico,
“yo soy» pobre
“yo soy» colombiano
“yo soy» alemán
“yo soy» hincha del Real Madrid
“yo soy» esposo/a de…
yo soy» mejor que…
“Yo” tengo hambre
“yo” tengo rabia
“yo” tengo miedo
“yo” no soy culpable
“yo” responsabilicé a…
«yo» pienso que…
«yo» creo que…
«yo» opino que…
«yo» siento que…

Todos los días estamos afirmando el «yo» de nuestro ego, todos los días estamos afirmando la separación en lugar de la unidad. En el mejor de los casos la unidad se nos convierte en un propósito político, ideológico o religioso, como algo a lograr en un futuro para mejorar el mundo, y de esa manera hacemos de la dualidad parte de nuestra cotidianidad.

Y muchas veces decimos desde cierta convicción espiritual:  «Yo Soy» , ó «la presencia del Yo Soy» creyendo afirmar una identidad distinta al ego, cuando en el fondo hemos caído en la trampa de la dualidad, y lo único que estamos afirmando con «Yo Soy» es nuestro ego espiritual, y honestamente nos  lo creemos. Son las múltiples trampas del ego para afirmar una identidad separada llamada «yo» con minúscula, o «YO» con mayúscula, ambos siguen siendo ego, con minúscula o con mayúscula, pero ego al fin y al cabo.

La espiritualidad de Un Curso de Milagros es muy radical, y muy precisa en el uso del lenguaje, excluye el uso del pronombre  «YO» con el que la persona que habla o escribe se refiere a sí misma; observémoslo en la idea del día de esta lección:
«Soy el santo Hijo de Dios Mismo.»
dice «Soy», no dice «Yo Soy». Pues un «yo » implica un «Tu», ni siquiera el pronombre personal del plural  «nosotros» seria adecuado, pues implica un “ustedes”, «vosotros» o «ellos». Por eso el Curso nos dice que lo primero que surgió con la separación fue la consciencia. La consciencia de sentirme distinto y separado de otro, en primer lugar de Dios. La consciencia implica un sujeto y un objeto, un observador y un observado. A partir de ahí se desprende la dinámica de la dualidad, de los opuestos, del lenguaje de la separación: Bueno – malo, santo – pecador, víctima – victimario, salud – enfermedad, defensa-ataque, etc.

En el estado del Cielo no existe un «Yo» y un «Tu», es un estado de completa unicidad, el Padre no está separado del Hijo, pues el Padre nos creó como una extensión de Su Amor. De ahí que Dios no tenga nombre,  pues no requiere diferenciarse de Su Hijo. Así nosotros le asignemos nombres a Dios en este mundo, esos nombres son nuestra representación simbólica de esa entidad amorosa y todo abarcante a la que llamamos Dios, pero los nombres en sí no son Dios sino nuestra representación de Dios.

Las palabras y el lenguaje son una representación simbólica que usamos en este mundo para comunicarnos. Previamente cada cultura le asigna un significado a las cosas, de ahí la diversidad de idiomas. Las palabras no se utilizan en el estado del Cielo, entre otras cosas, por que allí no existen cuerpos ni órganos de fonación, las palabras son un instrumento muy limitado de comunicación, que dependen de una corta distancia para ser escuchadas. En el estado del Cielo la comunicación es mental, y está soportada por una visión y un conocimiento de una totalidad todo abarcante.

Para liberarnos de la esclavitud del ego, tenemos que negarlo, tanto al cuerpo como  su “yo” psicológico, des-identificarnos con ese «yo»  que se cree especial y diferente a los demás, para ello debemos  afirmar nuestra verdadera identidad, diciendo: «Soy el santo Hijo de Dios Mismo.»
Y no es una afirmación arrogante. La arrogancia es la del ego que se considera separado de Dios y cree poder reemplazarlo, esa es la grandiosidad del ego, muy distinta de la grandeza del Hijo de Dios. Esa grandeza la conquistamos cuando reconocemos nuestro verdadero origen con humildad y sin pretensiones, pues no necesitamos demostrarle nada a nadie, sólo reconocer y aceptar nuestra realidad inmortal.
Afirmar mi verdadera identidad me permite sentirme uno con Dios y con todos mis hermanos, y eso lo experimentaremos, ”En silencio y con verdadera humildad busco la gloria de Dios a fin de contemplarla en el Hijo que Él creó como mi Ser.» (L – 211)

En la quietud de nuestra mente, al silenciar el ego, cerrando nuestros ojos, aquietando el cuerpo, y luego olvidarnos del tiempo, del mundo e incluso del cuerpo, en la intemporalidad del ahora, encontraremos la gloria de Dios,  la contemplaremos en el Cristo que Dios creó como Su Hijo, ese es nuestro único Ser, en Su Luz y Su Amor nos  encontramos  y nos reconocemos como el perfecto Hijo de Dios.

PRÁCTICA DIARIA:

«No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.»

(191) «Soy el santo Hijo de Dios Mismo.»

«No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó.»

Con estas  ideas nos levantaremos por la mañana, pasaremos todo el día y nos acostaremos pensando en ellas y nos levantaremos nuevamente.
Con estas ideas meditaremos en la mañana y en la noche, mínimo 15 minutos, y haremos una pausa cada hora para recordarlas en quietud y silencio y hacerlas nuestras, para igualmente   repetirlas entre horas lo más que podamos.

RESPUESTA A LA TENTACION:

A lo largo del día, «Cuando la tentación te asedie, apresúrate a proclamar que ya no eres su presa, diciendo:»

«No quiero este pensamiento. El que quiero es ________ .»
(L– r VI. 6:1-2)
En el caso de  hoy el pensamiento que quiero es:

(191) «Soy el santo Hijo de Dios Mismo.»

«Y entonces repite la idea del día y deja que ocupe el lugar de lo que habías pensado.» (L-r VI.6:4)

No olvides dejar pasar ni un solo pensamiento vano en tu mente sin confrontarlo, sin perdonarlo, ya sea de ira, ataque, carencia, tristeza, culpa, miedo o cualquier otro pensamiento no amoroso que niegue tu realidad inmortal. La salvación depende que no dejes ni una sola mancha de oscuridad en tu mente, para que la luz de tu Amor ilumine al mundo y a todas las mentes que Dios creó una contigo.

Bendiciones

Oscar Gómez Díez


https://oscargomezdiez.com/

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