
LECCIÓN 36
«Mi santidad envuelve todo lo que veo.»
Comentada por:
Oscar Gómez Díez
El ego separa, el amor une. El ego juzga y condena, el amor es la inocencia que no juzga ni condena. El ego divide y fragmenta, el amor unifica e integra, lo envuelve todo con su santidad. Los ojos del cuerpo dan testimonio de los juicios que hemos proyectado sobre el mundo. Hoy vamos a hacer lo opuesto. Hoy vamos a observar al mundo con amor, con paz y con aprecio, lo vamos a envolver con la luz de nuestra verdadera identidad como Hijos de Dios, lo vamos a envolver con la luz de nuestra santidad. De esta manera unimos lo externo con lo interno, en su única fuente: nuestra mente.
Contemplar el mundo con inocencia, con amor, con paz y con aprecio, es lo que el Curso llama la visión, y esta la logramos a través del perdón. La fuente de la visión de Cristo, de la visión espiritual, está en nuestra mente recta, nuestra mente amorosa, no tiene nada que ver con los ojos del cuerpo.
‘La idea de hoy extiende la idea de ayer del que percibe a lo percibido.» desde ayer entramos en un nuevo ciclo de lecciones, que nos sitúan desde la perspectiva de lo que somos realmente. Si las primeras lecciones nos estaban diciendo que nosotros no somos lo que percibimos, no somos el mundo que vemos, no somos el conflicto, el miedo, la culpa, el ataque ni las carencias. Ahora nos plantea un ejercicio desde lo que somos. Pasamos de percibir al mundo desde el conflicto y la separación a percibirlo desde la unidad y la integración del Amor, desde lo puro, santo e impecable que somos, y nos reconocemos en ello.
Ahora en vez de percibir al mundo, nos reconocemos como hijos del Amor y decidimos extender nuestro amor al mundo. Ahora nos proponemos ver al mundo desde la visión espiritual, desde la visión de Cristo. De tal manera que envolvemos con nuestro amor cada cosa que vemos en este mundo, nuestra presencia amorosa lo cubre todo, solo basta con decirlo, con sentirlo, con afirmarlo. Nuestra santidad bendice al mundo.
«Eres santo porque tu mente es parte de la de Dios. Y puesto que eres santo, tu visión no puede sino ser santa también.» Cuando unimos nuestras mentes con la de Dios, y nos reconocemos unidos a Él, nuestra manera de ver las cosas cambian: las vemos sin juicios ni condenas, las vemos con amor y con aprecio, todo lo vemos desde nuestra santidad.
Las cosas de este mundo no son sagradas porque tengan una cualidad específica per se, sino porque se las aprecia desde el amor, y ese amor las envuelve, las arropa, las integra, las une con la totalidad.
«»Impecabilidad» quiere decir libre de pecado. No se puede estar libre de pecado sólo un poco. O bien eres impecable o bien no lo eres. Si tu mente es parte de la de Dios tienes que ser impecable, pues de otra forma parte de Su Mente sería pecaminosa.” Si nos consideramos culpables y pecadores, no podremos experimentar a Dios, pues hemos puesto una barrera que nos impide sentirlo, esa barrera es la creencia de que no somos puros y merecedores del Amor de Dios, esa barrera es la separación, es el intento de negar lo que en realidad somos. Si somos los Hijos de Dios, creados a Su semejanza, debemos tener Sus mismos Atributos, y estos son absolutos o no lo son. No podemos ser un poquito impecables y un poquito pecadores, no podemos ser un poquito santos y un poquito malvados.
Solo cuando nos liberemos del ego, descubriremos que somos la totalidad del Amor, infinito, eterno, puro e impecable. Eso lo logramos a través del perdón y los milagros. Y en ese momento despertamos nuestra visión espiritual y solo veremos santidad e impregnaremos todo con nuestra visión, con nuestra presencia llena de luz y amor.
«Tu visión está vinculada a Su santidad, no a tu ego, y, por lo tanto, no tiene nada que ver con tu cuerpo.» Mi santidad no la determina mi ego, ni es una condición de mi cuerpo. Mi santidad está determinada por mi verdadera identidad, la de ser el Hijo de Dios, y por lo tanto, gozo de los atributos que mi Padre me dio, y que jamás me quitó, todo lo demás son sueños, ilusiones de separación, que una vez sometidas a la corrección del Espíritu Santo desaparecerán de mi consciencia, quedando solamente la luz que Soy, junto con la indestructible unidad con mi Padre.
PRÁCTICA:
Cuatro sesiones de práctica larga de 5 minutos cada una. Una en la mañana y otra en la noche y las otras dos distribuidas de acuerdo a tus posibilidades durante el día. Observemos que la frecuencia de las prácticas largas han aumentado de 3 a 4, en la medida que avancemos se nos va a pedir un mayor compromiso con nuestra propia sanación.
«Cierra primero los ojos y repite la idea de hoy varias veces lentamente.”
«Mi santidad envuelve todo lo que veo.»
”Luego ábrelos y mira a tu alrededor con bastante lentitud, aplicando la idea de manera específica a cualquier cosa que notes en tu observación informal. Di, por ejemplo:»
«Mi santidad envuelve esa alfombra.»
«Mi santidad envuelve esa pared.»
«Mi santidad envuelve estos dedos.»
*»Mi santidad envuelve esa silla.»
«Mi santidad envuelve ese cuerpo.»
«Mi santidad envuelve esta pluma.»
«Cierra los ojos varias veces durante estas sesiones de práctica y repite la idea para tus adentros. Luego ábrelos y continúa como antes.»
REPETICIONES FRECUENTES:
A lo largo del día haremos repeticiones cortas y frecuentes, en la que recordaremos que estamos aprendiendo a ver el mundo de otra manera. «Para las sesiones de práctica más cortas, cierra los ojos y repite la idea; mira a tu alrededor mientras la repites de nuevo y finaliza con una repetición adicional con los ojos cerrados.»
APRENDER A OBSERVAR:
«Todas las aplicaciones, por supuesto, deben llevarse a cabo con bastante lentitud y con el menor esfuerzo y prisa posibles.» Esta es otra sugerencia metodológica de vital importancia, que debemos tener en cuenta a lo largo de todas las lecciones. La contemplación, la verdadera observación, debemos hacerla con lentitud, cuando posamos nuestra mirada sobre algo, lo integramos a nuestra mente, nos hacemos uno con ello, por lo que debe hacerse sin prisa y sin ningún esfuerzo, debemos hacerlo con aprecio. La visión se desarrollará en nosotros en la medida que aprendamos a contemplar con la inocencia del amor y en la quietud del no tiempo.
De esta manera, práctica los ejercicios de hoy de envolver todo lo que ves con tu santidad y con tu amor, pues al santificar al mundo te santificas a ti mismo, y santificas a tus hermanos Y cuando te santificas a ti mismo, te has conectado con el Espíritu Santo y con el Amor que todo lo envuelve, que todo lo arropa, con el gozo de darse a si mismo y de extenderse eternamente. Abre el corazón a tu santidad, pues es lo que eres, no eres nada más, ni tampoco nada menos. Tu santidad lo es todo, pues eres parte de una Totalidad de luz y amor que lo abarca e integra todo.
Oscar Gómez Díez
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