
LECCIÓN 37
«Mi santidad bendice al mundo.»
Comentada por:
Oscar Gómez Díez
«Esta idea contiene los primeros destellos de tu verdadera función en el mundo o, en otras palabras, la razón por la que estás aquí. Tu propósito es ver el mundo a través de tu santidad. De este modo, tú y el mundo sois bendecidos juntos.» El Curso nos dice que nuestra única función en este mundo es perdonar. Y si perdonamos veremos al mundo a través de nuestra santidad, o sea, con amor y sin juicios ni condenas.
Este ejercicio es una continuación del anterior, está centrado en tu santidad. Si ayer decíamos que «Mi santidad envuelve todo lo que veo.» Ahora decimos que «Mi santidad bendice al mundo» la diferencia está en bendecir en lugar de envolver con el que practicábamos ayer. Ayer integramos el mundo a nuestra mente, pues de ella emanó. Hoy bendecimos al mundo que creemos separado de nosotros, cuando no es más que nuestra proyección. Proyectar y percibir terminan siendo lo mismo, se originan en mi mente y vuelven a mi mente para ser sanada.
«La palabra “Bendición”, viene del latín clásico del verbo “benedicere” que significa “hablar bien” de una persona o cosa, alabar, enaltecer. La benevolencia de desear a otro salud, vida, felicidad y fortuna. Bendecir significa desear y querer el bien ilimitado para los demás y los sucesos en su vida.» Bendecir es invocar la protección de Dios sobre una persona o cosa.
Nuestra función y propósito en este mundo es bendecir. «De este modo, tú y el mundo sois bendecidos juntos. Nadie pierde; a nadie se le despoja de nada; todo el mundo se beneficia a través de tu santa visión.»
La visión se logra a través de la santidad, y desde ella se bendice a todos por igual, pues sólo un santo puede ver la perfecta igualdad de los Hijos de Dios. Todos reciben la misma bendición, todos son dignos del amor y la paz de Dios.
EL FIN DEL SACRIFICIO:
La bendición «Significa el fin del sacrificio porque le ofrece a todo el mundo su justo merecido. No hay ninguna otra manera de poder eliminar la idea de sacrificio del pensamiento del mundo. Cualquier otra manera de ver inevitablemente exige el que algo o alguien pague. Como resultado de ello, el que percibe sale perdiendo. Y no tiene ni idea de por qué está perdiendo.»
Los sacrificios surgen de la falsa creencia que hemos ofendido a Dios, y que Él exige un pago, un castigo por ello. Creemos que la ira de Dios será contenida al ofrecerle algún sacrificio. Ese es el origen de los sacrificios humanos, de animales o de otra índole que se ofrecían desde la antigüedad. Alguien tenía que ser sacrificado, para que los otros pudieran vivir, alguien perdía para que otros ganarán, esa es la lógica del ego, pero esa no es la lógica del Amor que nos dice: «Y todo el mundo tiene derecho a todo, ya que ése es su sagrado derecho como Hijo de Dios.»
El concepto de sacrificio implica la idea de ganador y perdedor, de víctima y victimario, de perdedor y beneficiario del sacrificio. El sacrificio refuerza la separación en lugar de la unidad que nos conecta con Dios y todos nuestros hermanos. Solo desde la conciencia de mi plenitud puedo bendecir al mundo. «Tu santidad le bendice al no exigir nada de él. Los que se consideran a sí mismos completos no exigen nada.» Los que se sienten plenos, íntegros, completos, no experimentan carencias, no piden nada, no exigen nada, no predican ni pretenden convencer a nadie, solo basta su presencia, irradiando su impecabilidad, su inocencia, su paz y su dicha, lo que le permite «enseñarle al mundo que es uno contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo.»
Muchos pensaran que no hemos llegado a este nivel, que quizás no lo logre ni en esta, ni en muchas vidas, pues en el fondo no me reconozco como el perfecto Hijo de Dios, no me creo que soy santo e impecable, de otra manera no estaría en este mundo. Más sin embargo, el Curso nos está diciendo que nuestra función y nuestro propósito en este mundo es bendecirlo, es perdonarlo.
Si no asumimos nuestra función seguiremos siendo esclavos de nuestro ego, de nuestros miedos y culpas. Así que reconozcamos la verdad de lo que somos, perdonémonos nuestra falsa percepción, reconozcamos nuestro amor y nuestra paz, y desde esa condición extendamos nuestra luz y bendigamos al mundo.
Al bendecir al mundo con el amor, la paz y la dicha de Dios, estaremos reconociendo nuestro amor, paz y dicha. Pues dar es lo mismo que recibir. El mundo que bendecimos es el mundo que existe en nuestra mente, el que nos parece ver afuera, y que no es más que la proyección de nuestros pensamientos.
PRACTICA:
Cuatro sesiones de práctica largas de tres a cinco minutos cada una. Empieza repitiendo la idea de hoy con los ojos cerrados:
«Mi santidad bendice al mundo.»
Y luego miras a tu alrededor y aplicas la idea a cualquier cosa que veas.
«Mi santidad bendice esta silla.»
«Mi santidad bendice esa ventana.»
«Mi santidad bendice este cuerpo.»
«Luego cierra los ojos y aplica la idea a cualquier persona que te venga a la mente, usando su nombre y diciendo:»
«Mi santidad te bendice, [nombre].»
«Puedes continuar la sesión de práctica con los ojos cerrados o bien abrirlos de nuevo y aplicar la idea a tu mundo exterior si así lo deseas; puedes alternar entre aplicar la idea a cualquier cosa que veas a tu alrededor o a aquellas personas que aparezcan en tus pensamientos o bien puedes usar cualquier combinación que prefieras de estas dos clases de aplicación.»
«La sesión de práctica debe concluir con una repetición de la idea con los ojos cerrados, seguida inmediatamente por otra repetición con los ojos abiertos.»
REPETICIONES FRECUENTES:
«Los ejercicios más cortos consisten en repetir la idea tan a menudo como puedas. Resulta particularmente útil aplicarla en silencio a todas las personas con las que te encuentres, usando su nombre al hacerlo.»
RESPUESTA A LA TENTACION:
Y si alguien parece afectar tu paz, bendícelo desde el silencio de tu corazón. «Ofrécele la bendición de tu santidad de inmediato, para que así puedas aprender a conservarla en tu conciencia.» Solo lo que damos lo conservamos, esa es una ley de nuestra mente. Bendice a todos, bendice todo, no le niegues tu amor ni tu paz a nada ni a nadie, pues son el reflejo de lo que eres: el Santo Hijo de Dios.
Oscar Gómez Díez
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